Por Stanislaw Jerzy Lec*
La historia de un judío que se escapó de un campo de exterminio aleman vestido de soldado nazi para luego unirse a la resistencia polaca es, de por sí, digna de contarse. ¿Qué pasa si este judío es además uno de los aforistas más afilados que en el mundo han sido?
Stanislaw Jerzy Lec nació en Lvóv en 1909, ciudad que durante la primera mitad del siglo xx fue una bola de ping-pong en manos de los dioses de la guerra: apenas se desató la Primera Guerra Mundial, pasó del Imperio Austrohúngaro al Imperio Ruso sólo para ser recuperada por los austriacos en 1916.En 1918 los nacionalistas ucranianos la proclamaron capital del país, condición que ostentó por unos meses antes de ser tomada por los polacos. Pasados veinte años, el pacto germano-sovietico la convirtió en la capital de la Ucrania Occidental Soviética. En 1941, con la anexión de Polonia por el Tercer Reich, la ciudad se volvió alemana, y finalizada la Segunda Guerra en 1945, cayó la bajo la sombra soviética.
Tras librarse de una muerte segura a manos de los nazis, Lec hizo parte de un grupo de resistencia comunista durante el resto de la guerra y, una vez derrotada Alemania vivió en Viena por un tiempo antes de emigrar a Israel hacia 1950. Allí permaneció apenas un par de años, pues descubrió que no era nada si no era un escritor polaco (que para colmos maba la lengua alemana) y sin duda se sintió extraño en medio de la exóticas utopías sionistas, de modo que volvió a Polonia para sumergirse en lo que ya era una típica sociedad estalinista. Por algo decía Milozs que Lec "estaba más que iniciado en el siglo xx".
Lec fue primero poeta y ensayista. Luego, en 1956, empezó a escribir sus aforismos y pudo publicarlos en 1957, durante la relativa apertura de Gomulka, con un éxito inmediato. Aunque adicionados y reeditados en versiones varias, sus libros de aforismos son apenas dos: Pensamientos descabellados y Nuevos pensamientos descabellados. Ignoro si en el breve lapso de los diez años que le restaban de vida este aristócrata descarriado, que "imprudentemente" mantenía un retrato del Emperador Francisco José en su despacho, se haya convertido en el mejor de todos los aforistas, pero sí puedo afirmar que los que se míden con él se cuentan en los dedos de una sola mano, la cual a lo mejor ha sufrido amputaciones. Lec dice en una frase, máximo en dos, lo que a cualquier Lichtenberg -venerado sea su nombre- le toma tres o cuatro. Sí, nuestro polaco tiene varios récords mundiales aforísticos, según lo podrán comprobar los lectores por la antología que incluimos adelante.
El gran crítico alemán Marcel Reich-Ranicki, que lo conoció hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, relata la siguiente anécdota: estando Lec en su lecho de muerte por cuenta de un cáncer, le llevaron las pruebas de su último libro. Al verlas las hizo a un lado diciendo:"ahora tengo cosas más importantes que hacer; estoy ocupado muriendo".
¿Qué más podía decir un aforista impenitente ante la muerte?
*Traducción de Andrés Hoyos.